La colombiana baja a diario al suburbano de la ciudad catalana para descubrir y atrapar a los carteristas. Historia para la Revista BOCAS.
“¡Carterista, carterista, carterista y carterista! ¡Y tú, también!”, vocifera Eliana Guerrero en el metro de Barcelona mientras, en un ejercicio de malabares, señala con el dedo a un grupo de personas que a su vez bajan la cabeza y se tapan la cara con la palma de la mano, al tiempo que sujeta un afiche con palabras en varios idiomas y hace sonar un silbato. “Cállate y bájate ya del vagón, coño. ¡Eres una puta rata, un ladrón!”.
La presencia de Guerrero (Santa Marta, 1972) en el suburbano de la ciudad catalana nunca pasa inadvertida. Ella, de hecho, hace todo lo posible por no pasar desapercibida: le gusta que la vean y que la oigan. Cuanto más se hace notar, más robos evita.
Esta samaria de tez morena y pelo negro rizado patrulla casi todos días, y desde hace ya 12 años, el metro barcelonés combatiendo la criminalidad como bien puede. Pero no es policía ni vigilante de seguridad: Eliana Guerrero es una agente inmobiliaria (de día), que por las tardes se ‘transforma’ en patrullera urbana.
Armada apenas con un afiche con la palabra ‘carteristas’ escrita en diferentes idiomas –inglés, español, coreano, alemán, italiano y ruso–, un silbato, un walkie-talkie y un espray de pimienta, se baja al suburbano en busca de rateros a los que pillar in fraganti.
Tiene más influencia y recorrido que la mayoría de los vigilantes de seguridad del metro. Lidera la patrulla callejera más conocida de la Ciudad Condal –‘Guerrer@s por Barcelona’, “con la @ de arroba, para que no sea discriminatorio”, dice. Y se ha convertido en una verdadera celebridad en el subsuelo: muchos ciudadanos la ven como una de las pocas personas que se han atrevido a intentar ponerle freno al creciente problema de la criminalidad en la ciudad, mientras los medios, españoles y extranjeros a partes iguales, han hecho de ella una de las personalidades del verano.
El jefe de un grupo de carteristas me dijo que me ofrecía 1.000 € al mes con tal de que le dejara a él y a su grupo trabajar en paz
La patrulla de Eliana es una de las tantas iniciativas ciudadanas que proliferan en la capital catalana para intentar reducir la delincuencia. Algunas, como la mencionada ‘Guerrer@s por Barcelona’, tienen como objetivo evitar robos en el metro y denunciar a los carteristas; otras apuestan por la acción directa. En el grupo de Facebook BROAR (Barcelona Residents Against Robbery: los residentes de Barcelona en contra de los robos), que ha pasado en poco más de seis meses de 70 miembros a casi 20.000, los usuarios publican fotografías de los presuntos delincuentes para crear una suerte de base de datos de ladrones a fin de poder evitar un robo cuando se los crucen por la ciudad.
También está el caso de Helpers Bcn, una cuenta en Twitter que informa y sitúa en el mapa de Barcelona robos, agresiones y delitos, incluidos el origen y el acento de los presuntos ladrones.
Aunque muchos políticos hagan la vista gorda, la realidad es que Barcelona tiene un problema serio de inseguridad. No llega, ni mucho menos, a los niveles de peligrosidad de las ciudades verdaderamente conflictivas del mundo, como Tijuana o Caracas, por nombrar algunas, pero es cuanto menos llamativo ver cómo en uno de los destinos turísticos por antonomasia del Mediterráneo se denuncian, sólo en el metro, 1.000 delitos semanales de media. Según datos de la Policía, los robos violentos en la ciudad en el primer trimestre de este año aumentaron casi un 30 % y los hurtos un 10,8 %, mientras que los delitos en general crecieron un 13,2 %. Estas cifras deben sumarse al incremento de 2018, cuando se registraron un 20,3 % más de delitos en la ciudad con respecto al año anterior.
Eliana Guerrero, una veterana del suburbano, lleva años alertando del problema de los criminales y los carteristas, pero no ha sido hasta este verano, cuando varios medios internacionales, como la cadena de televisión británica BBC o el diario alemán Der Spiegel han publicado informaciones sobre la “oleada de criminalidad” que azota a Barcelona. El problema es tal que hasta la embajada estadounidense en la ciudad hizo pública recientemente una alerta en la que avisaba a los ciudadanos de su país del incremento de los delitos violentos en las zonas turísticas más populares de Barcelona.
“Fíjate si el problema es grave que hasta los gringos, que protegen mucho lo suyo, avisan sobre esto”, me cuenta Eliana. El de hoy ha sido un día más en su pelea contra el crimen. Desde hace años su rutina no varía: se despierta temprano, desayuna tranquila y se va a trabajar a la agencia inmobiliaria de la que es dueña; a media mañana, si tiene un rato libre, baja al metro para descargar algo de adrenalina, y luego, ya bien entrada la tarde, regresa durante un par de horas al suburbano a patrullar, antes de volver a casa a pasear a sus perros.
Ha salido en prácticamente todas las televisiones españolas y en muchas europeas, además de haber sido entrevistada por periódicos y agencias de noticias de medio mundo. Eliana lleva siempre consigo el celular; no esquiva a los medios e intenta atenderlos a todos. No tarda en responder a mi llamada inicial, apenas tres tonos, en la que agendamos una charla por Skype para una noche de esa semana, de las pocas de verano que tiene libres.
A la hora pactada, a las 20 horas, le marco y responde rápidamente: “Hoy ha sido un día de locos; he tenido entrevistas para medios franceses y belgas, y hasta una conexión en directo en un programa de no sé dónde. Todo esto además de la patrulla”, me dice efusivamente antes de que le explique que esta entrevista, la primera para un medio colombiano, es para la Revista BOCAS.
Es impagable cuando un japonés, por decir algo, al que le has devuelto la cartera te hace una reverencia, o cuando una persona te da un abrazo al recuperarle el celular
No oculta su acento colombiano, ya con algún deje español, como los clásicos ‘tío’, ‘joder’ o ‘guay’, propios de los casi 20 años que lleva viviendo en España. Luce gafas de montura moderna color verde, lleva el pelo suelto y viste una camiseta blanca sin mangas, y, pese a que intenta mantenerse sentada durante la charla, no deja de moverse y siempre encuentra algo que hacer en la casa.
Iniciamos una conversación que se alarga durante sólo 10 minutos porque, según dice con pena -“qué pena contigo”-, ha de sacar a pasear a los perros, y me pide que pospongamos el resto de la entrevista para unos días más tarde. Así que unos días después, tal y como habíamos quedado, repito el ritual, aunque esta vez no me contesta en su casa, sino en la agencia inmobiliaria de la que es propietaria: aprovecha y me hace el tour con el celular antes de sentarse frente a la mesa de trabajo y concluir la charla que habíamos dejado pendiente.
¿Qué fue lo que la hizo empezar a luchar contra los carteristas? ¡Un bendito estuche de insulina que cayó en mis manos! Un día en el metro vi como unos carteristas robaban un estuche a una pareja de turistas mayores y luego lo dejaban abandonado en las escaleras. Pensé que era raro que no lo quisieran, así que lo recogí, lo abrí y vi lo que había dentro. Luego me topé con los turistas, que estaban reclamando el estuche a los carteristas, y como vieron que lo tenía yo en la mano, me lo arrancaron, lo tiraron al otro andén y lo rompieron. En ese momento sentí una rabia y una impotencia que no había sentido antes y llegué enfadada a casa; decidí que había que hacer algo. Mi novio me dijo que ya encontraría una forma de compensar el universo, y al otro día estaba con mi cartel persiguiendo a los malos. Luego, un par de años más tarde, incorporé el silbato a raíz de que no pude frenar un robo en el medio del andén. Vi esa injusticia y pensé: ¿qué puedo hacer para frenar esto en el futuro? ¡Un silbato! Al día siguiente ya llevaba uno colgado. Con el tiempo he ido mejorando, y ahora tengo hasta gafas de visión trasera.
La veo muy profesionalizada.
Como le digo: después de esa primera mala experiencia adquirí un silbato y, más adelante, fui a ‘La tienda del espía’ y me compré de todo, incluida una cámara oculta. Ahí empecé a agarrar experiencia y, a medida que recababa información, logré desarticular más de una banda. Ahora ya sé que las estaciones más peligrosas son las de Sants, Catalunya, Drassens y Passeig de Gràcia, y que los viernes y los sábados son los días en los que hay más carteristas sueltos.
Debe ser un blanco apetitoso para los carteristas: ¿ha sido alguna vez víctima de un robo?
En Colombia sí, pero aquí, en los 12 años que llevo, no, nunca. En Barranquilla, una vez, me clavaron un punzón de picar hielo: yo iba mucho al mercado Miami para revender mercancía, y esa vez, entre dos autobuses, unos chicos me intentaron quitar una pulserita. Opuse resistencia y uno de los dos me enterró el punzón en el glúteo. En España, sin embargo, nunca me han robado, jamás, y mira que por ahí, en los grupos de Facebook, hacen apuestas y comentarios para robarme. Pero conmigo no se atreven, saben que tengo muy mala uva.
¿Cómo fue su infancia en Santa Marta?
¿Mi infancia? ¡Buf! ¡Imagínate, en un barrio muy duro, el 20 de Julio! Lo llamaban ‘Medellín’, así que imagínate lo peligroso que era. En mi barrio no entraba la Policía. Hice la primaria, el bachillerato y el SENA allí y, en cuanto crecí un poco, supe que tenía que irme.
¿Qué le hizo dejar Colombia y mudarse a España? ¿Le hacía especial ilusión vivir en Barcelona?
Yo no terminaba de encajar en Colombia; el tema de la religión no lo llevaba nada bien: soy atea. Al ser atea en una familia tan creyente como la mía, como en la mayoría de las familias colombianas, me sentía un poco la oveja negra. Aquí, en España, vistes como quieres, llevas el pelo como quieres y haces lo que quieres; te sientes libre, y eso me gusta mucho, me encanta. Puedo decir libremente que soy atea, proabortista y animalista, todo lo contrario que la gente en Colombia. Allí hay que guardar un poco las normas de la familia y hay mucho machismo. Siempre digo que nací en Colombia por cuestiones de la vida, pero yo no tengo frontera, ni bandera, ni dioses: las tres cosas que tienen jodida a la humanidad.
Imagino que su llegada a Barcelona, como la de tantos otros migrantes, no fue sencilla.
Mis inicios fueron durísimos. Llegué sin papeles, como la mayoría de los que vienen. Estuve 18 meses sin papeles, pero al segundo día ya tenía dos trabajos: uno en una fábrica textil y otro repartiendo flyers. Compartía piso con mi hermana y cinco hombres, y teníamos una habitación que no tenía ni cristales. Eso sí, todo esto es algo que volvería a hacer, indiscutiblemente. Yo pertenezco a Barcelona y tengo corazón barcelonés.
Usted se dedica profesionalmente a la venta inmobiliaria. ¿Cómo es su día a día? ¿Cómo compagina su trabajo con la patrulla en el metro?
Me levanto temprano y, como suelo dejar todo planificado y organizado el día anterior, desayuno tranquila y salgo hacia la oficina. Allí estoy pendiente siempre de los grupos y de las patrullas. Y luego, entre visita y visita, cuando tengo un par de horas libres bajo al metro y salgo a patrullar. Cuando estoy estresada necesito bajar al metro para recargar la pila de adrenalina.
¿Paga religiosamente su tiquete de metro o tiene algún acuerdo especial con el suburbano? No, no, yo lo pago todos los días. Y cada hora y 15 minutos salgo a picar (validar). Me compro una tarjeta 50/30 (permite realizar 50 desplazamientos integrados en 30 días consecutivos desde la primera validación y se dispone de 75 minutos entre la primera y última validación para realizar trasbordo) o una tarjeta de viajes indefinidos. Entre el metro, el espray de pimienta, las octavillas y el silbato me gasto unos 120 euros al mes.
Mucha gente se pregunta qué es lo que gana con esto.
¿Que qué gano con esto? Ayudo a reconducir una ciudad que se ha salido del carril para intentar volver a vivir en un lugar seguro. En cuanto salí de Colombia y llegué aquí, la seguridad me llenaba: para mí eso es vital. Salía a bailar o de rumba, volvía tardísimo y no sentía que me fuera a pasar nada, contrariamente a lo que sucede en mi país. Y ahora eso ya no lo puedo hacer porque no me siento tan segura: en cualquier momento y lugar pueden pegarme para quitarme el celular o intentar agredirme sexualmente. Ahora aquí la sanidad pública está muy justita y la seguridad brilla por su ausencia. Quiero que Barcelona sea una ciudad segura, y sé que si no paramos la criminalidad va a crecer desmesurada.
¿Le compensa todo el esfuerzo?
¡Por supuesto! Es impagable cuando un japonés, por decir algo, al que le has devuelto la cartera te hace una reverencia o cuando una persona cualquiera te da un abrazo al recuperarle el celular. Eso compensa muchísimo. Por no decir la adrenalina que esto produce. Yo ya no puedo dejar de patrullar.
¿Tiene alma de policía?
A veces pienso que sí y otras que no. Veo que tienen que obedecer leyes que les tienen atados de pies manos; leyes bobas. Si la billetera que los carteristas roban no lleva más de 400 euros (1,5 millones de pesos), no se puede hacer nada; sólo identificarlos y dejarlos en la calle. Y eso para un policía es muy frustrante, al igual que para los vigilantes de seguridad. Alguna vez a ellos los carteristas les gritan: “¡Lo que tú ganas en un mes yo lo consigo en un día!”.
¿Conoce ya a muchos de estos carteristas?
¡Hombre, claro! A una gran parte de ellos sí... y luego, a los nuevos, los descubres muy rápido por su lenguaje corporal. ¿Cómo lo hago? Basta con fijarse: la gente en el metro está pendiente del celular, pero ellos lo que hacen es mirar a la gente y estar pendientes de las órdenes visuales. En Barcelona hay de todo: carteristas solitarios, por parejas, en grupo de tres chicas, en grupo de dos chicas y un chico… Mi relación con ellos es tensa. Ahora, además, en esta temporada, hay muchísimos carteristas nuevos y, por desgracia, muchísimos menores de edad, de 9, 10, 11 y 12 años.
Los carteristas que campan por el metro de Barcelona, ¿de qué países proceden?
El metro está perfectamente repartido y cada línea tiene sus nacionalidades. Te los puedo contar con los dedos de la mano: Marruecos, Rumanía, Bosnia, Chile y Perú, aunque también hay algún colombiano, aunque son minoría… Es raro, pero nunca encuentras robando a nadie de Noruega o Panamá. Estos delincuentes se reparten las líneas y el territorio; y lo hacen bajo la mirada de las instituciones.
¿Cuántos de estos robos puede evitar en un día? ¿Cuándo es el momento de máxima actividad? ¡Buf! Ni idea… Todo depende del día: hay días en los que devuelvo cinco celulares y dos billeteras, y días en los que evito el robo de tres billeteras y algunos pasaportes. Otros devuelvo un pasaporte y tres monederos. Cada día es diferente. Muchos carteristas abortan los robos en cuanto me ven llegar con el silbato.
¿Qué hacen los carteristas al verla a usted en el vagón del metro?
Algunos levantan las manos a modo de signo de paz, que significa que ellos se van y yo no toco el silbato. Otros intentan cambiarse de vagón, pero les silbas y saben que tienen que salir. Mucha gente ahora les increpa en cuanto les empezamos a gritar “carterista, carterista”. Son violentos, pero ahora no se enfrentan a las patrullas, aunque alguno lo intenta. Eso sí, en cuanto ve que vamos 10 o 12 personas en la patrulla…
He leído en una entrevista que dio que una vez un grupo de estos criminales le ofreció un salario 1.000 euros para que les dejara en paz.
Eso fue hace mucho tiempo, en el primer año en el que empecé a patrullar. El jefe de un grupo de carteristas me dijo que me ofrecía 1.000 euros al mes con tal de que le dejara a él y a su grupo trabajar en paz, que no les molestara tanto ni les tocara las narices. ¡Imagínate cuánto sacarán al mes si estaban dispuestos a pagarme tanta plata! Pero no, no acepté: yo soy muy pesada. Quiero conseguir que la situación cambie radicalmente a favor de los ciudadanos, que son los grandes desprotegidos en esta situación.
¿Ha sufrido agresiones patrullando el metro? ¿Ha llegado a tener miedo?
Me han mandado tres veces al hospital: una vez me rompieron tres dedos de la mano, otra me pegaron en la rodilla y la tercera en la espalda. Fueron tres agresiones violentas con sus tres juicios ganados, aunque con unas condenas que fueron para reírse, ya que no había sangre de por medio. Una vez encontré un grupo de carteristas en la puerta de mi casa de madrugada, pero, por suerte, los mossos vinieron rápido. A veces pasan por delante de mi oficina y escupen en los vidrios; saben dónde vivo y dónde trabajo. Pero, ¿miedo? Miedo, nunca: pa’lante es p’allá. Si nos paramos, el miedo nos come, y no nos puede ganar terreno. Si los ciudadanos nos hubiéramos plantado hace tiempo, esto no estaría así.
¿Cómo es su relación con la Policía y con el personal del metro de Barcelona?
Con los Mossos d’Esquadra (la policía autonómica de Cataluña) y con la gente del metro me llevo superbién. Somos todos humanos, estamos en el mismo barco y vamos en la misma dirección. La relación también es muy buena con los de la seguridad privada, pero el problema no son ellos, sino los que están sentados en sus despachos y no bajan nunca a las vías: ellos no ven esto, ellos no saben de qué va. Los que estamos aquí abajo trabajamos juntos y nos colaboramos. Ya te digo: con la Policía tengo muy buen feeling y la sensación de que me dicen que cuantos más seamos patrullando, mejor.
En su opinión, ¿a qué se debe este repunte de la delincuencia en Barcelona? Me gustaría saber el trasfondo, que seguro que es maquiavélico. No sé entiende este repunte; y no se entiende que tengamos tantos MENAS (menores extranjeros no acompañados). Aquí faltan medios y un endurecimiento de la ley; por eso, los carteristas campan a sus anchas. Espero no estar mucho más tiempo patrullando, pero al paso que vamos me temo que voy a estar pegando con el bastón a los ladrones. Necesitamos más presión ciudadana para que los de arriban tomen nota y hagan los cambios pertinentes.
¿En qué consisten las patrullas ciudadanas que usted lidera y de las que forma parte?
Nosotros nos hacemos llamar ‘Guerrer@s por Barcelona’, pero con la ‘@’ de la arroba, para no ser discriminatorio. El nombre me parece un poco tosco, ya que se llama así por mí, que me apellido Guerrero, pero siguen empeñados en no cambiarlo... Somos un grupo de cazacarteristas que patrulla el Metro de Barcelona; empezamos siendo cuatro y fueron entrando amigos y amigos de amigos… Ahora somos más gente, unas 30 o 40 personas, y nos comunicamos por WhatsApp: “Yo bajo ahora, ¿quién está por aquí? ¿Qué línea hacemos? Yo estoy disponible de tal hora a tal hora”... Evitamos hurtos y sacamos muchos ladrones del metro.
Mucha gente se opone a las patrullas ciudadanas; dicen que uno no puede tomarse la justicia por su mano.
La gente que nos critica es muy poca. Podría decirte que tenemos el apoyo del 95 o 98 % de los usuarios del metro; de hecho, casi del 100 %. Es cierto que en una semana te puedes encontrar a una persona que te increpa...pero es una de las decenas de miles que ves cada día. ¡A nosotros, cuando devolvemos una billetera, la gente nos aplaude! También hay alguno que otro que me acusa de racista, ¡a mí, que soy mulata de pelo rizado! En las patrullas tenemos gente de todo el mundo, así que de racismo nada.
Además de Colombia, ¿de qué otros países vienen los integrantes de ‘Guerrer@s por Barcelona’?
En esta patrulla tenemos muchos latinos, pero también gente de Vietnam, El Salvador, China, Holanda, un chico de Senegal…
¿Por qué no hay más españoles? Es curioso que la inmensa mayoría de los ‘patrulleros’ sean extranjeros.
Ni idea. Esa pregunta hay que hacérsela a ellos. Muchos tienen miedos y pereza; a levantarse del sofá y a dejar el ordenador. La verdad es que no lo entiendo, no consigo encontrar una razón clara. ¿Miedo a qué? Un grito o un escupitajo de los que nos lanzan a nosotros no te rompe una pierna. Creo que se acabarán involucrando, ya que cada vez hay más gente que se quiere apuntar: no damos abasto con las solicitudes. ¡Tenemos 300, estamos desbordados!
Dirige y coordina ‘Guerrer@s por Barcelona’ y es la encargada de dar las entrevistas a los medios de todo el mundo. ¿Se ha convertido usted en la voz de los usuarios indefensos del metro de Barcelona?
La verdad es que todos los años tengo muchas entrevistas, sobre todo en verano, que es cuando repunta la criminalidad. Y los medios se hacen eco: esta semana he tenido entrevistas con medios de España, Italia, Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Holanda y ahora, contigo, Colombia. Sin embargo, ya llevo 12 años con esto y es muy agotador, se emplean muchas horas. Antes iba sola y lo hacía cuando quería; ahora tengo gente a mi cargo y me siento responsable, ya que tengo que instruirlos.
¿Funcionarían las patrullas ciudadanas en el Transmilenio de Bogotá, por ejemplo? Yo no conozco tanto el Transmilenio, ya que salí de allí hace 19 años y no suelo ir mucho. Pero en Colombia hay armas de fuego; patrullar allí es peligroso.
POR JORGE PERIS FOTOGRAFÍA ANDRÉS CARDONA REVISTA BOCAS EDICIÓN 89. SEPTIEMBRE - OCTUBRE DEL 2019
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